Tus ojos me dejaron ver las lágrimas de tu verdad;
brillantes tus manos me hablaron de las cosas jamás realizadas
luminosos tus labios gritaron el silencio de todo este tiempo
y silente tu mirada me susurró los recuerdos que nunca sucedieron...
Le escribo a la musa que nunca fue,
la que oyó mi voz pero no escuchó mis palabras,
la que el grito de mi silencio no pudo desgarrar el alma,
a la que mi nombre mil veces pensó...
y en mi mente cada noche resguardó su pena.
Cómo era la sonrisa perdida ahora por los años,
añoranza de tus tiernos labios rosas, ¡sí!, rosas...
como tus mejillas al sonrojarse ahora falsas.
Y de esa felicidad lejana tus ojos me hablan;
su brillo delata la musa que nunca fue
o quizá fue, tal vez, y que ahora yace bajo un mentiroso manto
llorando felicidad y riendo sus tristezas...
Pediré que el tiempo se colapse
y en un fuerte abrazo te vuelva eterna
que esa efímera alegría guie hoy tus pasos
y que alguna vez, en sinceridad,
seas la musa que siempre fue
y no solo aquella que solo pudo haber sido.
